José María Moreno Galván 1966

 

DIMITRI PERDIKIDIS - UN GRIEGO EN ESPAÑA

 

  Un pintor griego que vive en España: las palabras tienen como una antigua resonancia... Ser griego – es decir, haber heredado un sentido del equilibrio, o tal vez una lógica para la comprensión del desequilibrio – y vivir en España – es decir, ser testigo de la violencia y de la contradicción –: eso es lo que caracteriza fundamentalmente a Dimitri Perdikidis. Claro está que nadie es nada fundamental por derecho divino y Dimitri Perdikidis no es «griego» por el solo derecho de su nacimiento. Lo es por elección personal, porque su manera de ser coincide con una «manera» cultural establecida y reconocida. No entraré ahora en disquisiciones sobre ese particular. Me interesa sólo dejar establecido el doble ingrediente constitutivo de un arte – el sentido de la armonía y el sentido de la violencia – desde el punto de vista de sus posibles orígenes.

  No quiero caer tampoco en la fácil tentación de ver aglutinadas – ahora en Dimitri, antes en Dominico – las dos fuerzas antagónicas de «El Origen de la Tragedia». Pero, por vía muy distinta y en estilística muy distinta, lo característico en ellos, con respecto a la vida española, no es sólo el ser testigos (todo artista es, en realidad, un testigo), sino el ser espectadores conscientes. Se es espectador cuando se está, de alguna manera, fuera del espectáculo – en este caso, fuera del drama de lo español – aún cuando no se sea necesariamente neutral. Dimitri sería un pintor español si tratara de ver al equilibrio desde la violencia; pero en realidad es un artista griego porque trata de ver a la violencia desde el equilibrio. Adviértase que uso, con toda deliberación dos tópicos caracterizadores; el equilibrio, para lo griego; la violencia, para lo español. Yo sé que a ningún pueblo le corresponde una característica de derecho divino, pero muchos de ellos las poseen de hecho histórico. Y al menos en lo que a nosotros respecta, esa característica histórica no ha sido aún modificada.

  Basta. Interesa ahora sólo ver cómo se materializa en Perdikidis esa descubierta de la violencia desde el equilibrio o de la contradicción desde la armonía.

  No es suficiente romper una columna dórica para que ella adquiera el gesto de la agresión: incrustada en el más sutil de sus pliegues formales, supervive la armonía, es decir, la ausencia de gesto, la ecuación que promueve el equilibrio. Tampoco en los lienzos de Perdikidis, se esconde la violencia allí donde aparece la alusión a la forma, por mucho que ella esté agredida por el germen de la desintegración: es necesario plantar, frente a ese síntoma de la mensura, el síntoma de la desmesura. Nace así, en una parcela de su arte, lo «informe» deliberado, que lo es mucho más en su caso porque su raíz generativa está en la representación transformada, es decir, en la forma deformada. Perdikidis no necesita, como un español, luchar contra la pintura con la materia ni luchar contra el color con el anticromatismo del negro violento. Es una pintura que vive en la pintura, sin herirla, organizando armonías desde los colores más pristinos. Pero organiza con toda deliberación la violencia oponiéndole lo informe – qie es el gesto, la descompostura, la violentación del equilibrio – a lo formal, a lo verdaderamente abstracto porque vive enclaustrado en la fórmula del equilibrio. La violencia, pues, no está en el signo de la violencia sino en la violentación, por oposición negativa, del contraste con lo armonioso, Hay, pues, en su obra una reversibilidad  y mutua de las negaciones que conducen a su afirmación fundamental: la crítica, el sarcasmo, la denuncia, el testimonio sintético y significativo de una realidad.

 

JOSÉ MARÍA MORENO GALVÁN Prólogo de catálogo con ocasión de la participación de D. P. en la XXXIII Bienal de Venecia, en 1966

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