Perdikidis, que aunque sea griego de nacimiento es español en lo que a su voluntad de expresión formal, factura y problemática pictórica respecta, coincide con una gran parte de los pintores españoles no objetivos actuales en el hecho de realizar una armoniosa síntesis entre las formas contenidas y las texturas fluctuantes. En sus cuadros pintados o incididos sobre gruesos tableros, logra hacer flotar el artista acumulaciones arenosas (pero espectacularmente cuidadas) de pasta bruñida, espiritualizada y sensibilizada. Un mundo remótamente mágico, en el que más que una influencia de un Klee o un Miró hay una transcripción de contrapuestos sueños o intuiciones del artista, hace que cada cuadro de Dimitri Perdikidis sea una especie de ventana abierta que invita continuamente al espectador a realizar una liberadora evasión. Es posible que una de las vías que aguarda a la pintura del futuro consista en aludir al mundo natural que rodea al artista, sin que ésta tenga la obligación de representarlo en su obra. No existe en ningún cuadro de Perdikidis ningún objeto reconocible, pero todas las obras de su etapa actual crean en el espectador el clima necesario para que éste se sienta introducido en el paisaje ideal,que puede parecerse a veces al de las leyendas helénicas. Fusión armoniosa del más depurado sentido tradicional y de la más rigurosa actualidad, apunta al mañana esta obra admirable de Perdikidis, pero no niega en ningún instante un insoslayable presente que el artista acepta y transforma.

 
CARLOS ANTONIO AREÁN, Artes, junio 1961